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Este es un artículo que pretendo escribir a modo de reflexión,  y exponer mi experiencia después de haber escuchado a un montón de psicólogos, maestros en desarrollo personal y abogados matrimonialistas.  Ahora que ya soy cuarentón, asisto al esperpéntico escenario de ver como aquéllas parejas que un día contrajeron matrimonio jurándose amor eterno, se enzarzan en una batalla legal y familiar, sin límites ni restricciones. Todo vale.

 

Lo cierto es que en muchos de los enlaces a los que asistí, se avistaba en el horizonte que la conjunción no tenía mucho futuro; que, en realidad, la inercia y el “me toca” se edificaban como el pilar de la relación. Si me preguntaran a estas alturas cuál es la clave del éxito para disfrutar de la pareja y su continuidad, ésta sería aceptar al otro tal cual es, ¡TAL CUAL ES!.

 

Uno de los mayores errores de los contrayentes es intentar cambiar al otro, y eso es del todo imposible. Nadie cambia a nadie. Resulta curioso, cuanto menos, observar escenas que en mayor o menor grado han sido reproducidas por todos; así, aquél marido que observa a una chica guapísima, y ves como la cara de su mujer se transforma y retuerce, hasta que estalla de furia; o aquél que  recrimina a su pareja simplemente por su manera de vestirse, ¡¡solo por cómo se viste!!! O aquélla pareja que, en el restaurante, ¡ni se dirige la palabra!

 

Sin darnos cuenta, nos vamos haciendo adictos al sufrimiento, conformes a la rutina, cobardes al cambio,  y claro, cuando le preguntas a alguien que lleva 20 años con un maltratador ¿cómo has aguantado tanto? lo cierto es que no sabe muy bien que contestar; resulta evidente que la adicción al sufrimiento es la ecuación a resolver. Del mismo modo, todo y todos estamos sometidos al desgaste, esto es como la gravedad: todo  tiende hacia abajo. Un coche, una casa, un vestido, pero también las relaciones humanas, incluyendo las sexuales, esas también se desgastan, por eso es muy importante dosificar y cuidar las energías para mantener aquello que realmente importa. Igual que un coche, si lo cuidas, puede durar toda la vida, si lo maltratas, en 4 temporadas al desguace.

 

¿Y el miedo? No podíamos abordar este artículo sin hablar de este agregado psicológico,  somos tan cobardes ante el cambio que somos incapaces de revertir una situación agónica a otra gobernada por el orden y la estabilidad. ¿Qué haré? ¿A dónde iré? ¿Qué me pasará? El miedo que supone el planteamiento de estas cuestiones, retroalimenta el sufrimiento inicial. Y vuelta a empezar.

 

Y es que la religión y Walt Disney, tal como nos han narrado la institución de la pareja, han hecho un daño irreparable en la psique de las personas. Hemos confundido normalidad con naturalidad. Así, aquellas emociones o pensamientos naturales que discurren por nuestra mente, las hemos aprendido a ocultar y aprisionar sólo porque alguien nos dijo que eso no era bueno. ¡¡¡Menuda barbaridad!! Y así andamos el día a día con un permanente caos interior, entre lo que piensas y lo que sientes. Y aquí nos introducimos en el campo de la infidelidad.

 

De un modo u otro nos han inculcado desde la infancia que la monogamia y la posición del “misionero” era la base de la sexualidad matrimonial (que no la que uno disfrutaba en la soltería). Estamos tan condicionados por nuestra educación que somos incapaces de expresar lo que realmente sentimos. Así, la homosexualidad, la poligamia, el intercambio de parejas, el fetichismo y otras prácticas sexuales emergen como ciertas anomalías al sistema, cuando de hecho las mismas son expresadas en la intimidad individual y en otras, pocas, en la pareja y todo ello independientemente de la imagen social y el status que proyecta la persona.

 

Aquí lo importante no es si eres fiel o infiel, si te gustan o no los intercambios de pareja, etc, lo esencial es que te seas fiel a ti mismo y libre para poder expresar lo que piensas, y actuar en consecuencia, que no reniegues de tu autenticidad, que seas capaz de transmitirle a tu pareja quien eres y qué te gusta. Obviamente las relaciones sexuales se desgastan, la monotonía es un caballo de batalla al que toda pareja deberá enfrentarse, por lo que las herramientas para prevenir ese cáncer no son otras  que la libertad y el desapego a los condicionamientos sociales. Que cada pareja elija su sexualidad, que cada uno elija su pacto, el que sea, pero el suyo. Sin juicios ni reproches. Respeto absoluto al pacto.
En el mismo orden, señalamos los hijos.

 

La experiencia de ser padres puede vivirse como algo único y maravilloso, o como el peor de los tormentos. La pareja tiene que estar muy unida y evolucionada para soportar una experiencia tan intensa como son los hijos, de lo contrario, los pilares en los que se forjó la unión se harán pedazos a una velocidad de vértigo. Así, el drama de la separación intensifica sus efectos cuando hay hijos de por medio.  Cuando los padres se enzarzan a un contencioso utilizando a los niños como moneda de cambio o simplemente como instrumento para “joder” las consecuencias para el desarrollo del muchacho son simple y llanamente devastadoras.

 

Y es que los derivados de ese hacer,  emergen desde edades muy tempranas hasta mucho más allá de la adolescencia, cuando ese individuo, ya formado, no puede sostener ni crear una estructura familiar porque sus pilares emocionales están completamente dañados. Resulta muy complicado para estas “víctimas familiares” construir cierta estabilidad en la pareja habida cuenta de los profundos trastornos emocionales nacidos en la infancia. Por ello, se hace imprescindible que los padres no involucren a los niños cuando toca deshacer la familia, más bien al contrario, se requiere un plus de atención y afectividad al objeto de compensar el drama que implica toda ruptura.

 

Finalmente, la economía se erige como un virus destructor. Como dice el dicho popular, “cuando la miseria entra por la puerta, el amor sale por la ventana”. Cuantas parejas han roto por la deriva económica, por no saber afrontar el declive de los ingresos y la perdida de las herramientas que nos facilitaban la vida (un amigo me dijo una vez, que la convivencia se lleva mejor con un señora de la limpieza cada día en casa, ¡¡¡y no le falta razón!!!). En mi opinión, muchas de estas parejas se unieron más por cuestiones de intereses que no de amor, codicia por lujuria. Un intercambio muy peligroso de intereses, con fecha de caducidad anticipada.

 

Recordad que nadie es perfecto, que no hay nadie en la inopia de lo inmaculado, que precisamente el haz de nuestra existencia es darnos cuenta de nuestras limitaciones y superarlas. Cada uno tendrá la suyas, y soberano esfuerzo tendrá en trascenderlas. Por eso, es necesario no juzgar al otro, no ser juez en la pareja sino constructivo frente al problema. El reproche y la “bronca” son instrumentos de destrucción, no aportan nada, solo alimentan nuestro ego y engrandecen aún más el conflicto. Aceptar, comprender y trascender, son las bases para que toda pareja funcione.

 

A mi juicio, uno debe ser feliz con uno mismo, sin dependencias ni apegos de ninguna clase. Dejad a vuestra pareja en paz, dadle libertad para que sea él o ella misma, no intentéis cambiar a nadie, aceptad las cosas tal como son. Intentar cambiar al otro es el peor de los errores, a eso se le llama falta de aceptación, y solo encontrareis frustración y dolor en ese camino. Solo en la autenticidad de cada uno, puede converger el amor verdadero.

 

Daniel Vosseler

 

Publicado en “e-noticies” (03.04.13)

 

¿Por qué rompen las parejas ?

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